Hoy en Essabó os queremos hablar de la slow beauty y de su importancia.
El slow life, más allá de un hastag en las redes sociales, es una forma de entender la vida, un movimiento que cada día arraiga más en esta sociedad algo hastiada de ir siempre a contrareloj.
Nos han vendido que somos súper personas, que podemos levantarnos a las seis, ir a trabajar, al gimnasio, recoger a los niños del cole, ir de tardeo con los compañeros del trabajo, ayudar a los peques a hacer los deberes y hacer una cena digna de Masterchef sin que el labial deje de dibujar nuestra sonrisa o la corbata se tuerza un ápice.
Una sociedad en la que el yo queda reducido a un instrumento de consumo más: rutinas cosméticas más largas (con la excusa coreana), 8 temporadas de ropa al año (y subiendo), obsolescencia programada cada vez más corta (¿cuánto tardaremos en llegar al IPhone XX?), y un largo etcétera de ilusiones que nos hacen creer que cuanto más consumamos más cerca estaremos de la felicidad.
Pero lo cierto es que los estudios apuntan precisamente a lo contrario: a la profunda infelicidad que sentimos y que intentamos llenar con objetos, paradójicamente, nos aboca a una espiral de infelicidad cada vez mayor.
Destacamos este concienzudo estudio de Greenpeace en el que se analizan los hábitos de consumo compulsivo de moda en varios países, y extrae conclusiones que sustentan ese terrible fallo de asociación consumo=felicidad, ya que la mayoría de encuestados afirmó que la euforia de las compras desapareció en 24 horas y, lo más grave, fue seguida de un bajón o resaca similar a la de otras adicciones.
Y frente a esa sociedad de las novedades y de la insatisfacción constante, la slow life nos propone una reconciliación con nosotros mismos y con la naturaleza, una forma de vivir y saborear la vida de una forma consciente donde la felicidad no se encuentra fuera, sino dentro, no está en la acumulación de objetos, sino en el equilibrio y la armonía en todas las esferas de nuestra vida.
El slow life no significa hacer las maletas e ir a vivir a un pueblo abandonado, no significa renunciar a las nuevas tecnologías, sino todo lo contrario. Significa poner a las personas en primer lugar, por encima de los objetos, de la tecnología, del día a día.
Y la Slow Beauty es una parte de ese concepto de vida en la que las personas retomamos el centro, con rutinas más sencillas, con menos productos pero en los que se prima la calidad, la composición natural, los procesos no contaminantes.
Una mirada más profunda hacia lo que hacemos y las implicaciones que eso tiene. Slow Beauty es saber que cuando compramos un producto estamos decidiendo por qué tipo de empresas apostamos y queremos tener en nuestra sociedad.
Y en Essabó, eso lo tenemos muy claro.
Por eso conocemos de donde proviene cada una de nuestras materias primas y apostamos por comprarla en su lugar de origen natural.
Así, todos los aceites que se producen en España los compramos de km0 y ecológicos, como el de oliva, naranja, lavandín, romero, almendras, limón, así como el aloe vera, la miel y la leche.
Los aceites más exóticos los adquirimos allá donde son originarios, contribuyendo al desarrollo de pequeñas cooperativas de África, con el karité y el argán; de Brasil, con la manteca de cacao; o de la India, con la canela.
A nuestros jabones les aplicamos la ciencia y el conocimiento del siglo XXI pero el saber hacer y el proceso artesanal de hace casi un siglo.
Productos que te invitan a usarlos lentamente, a sentir cómo se desliza el jabón por tu piel, a aspirar sus aromas y a quedarte, aunque sea por unos minutos, a solas contigo mismo, concediéndote una pausa donde el yo esté presente.